Cumple 15 años en Canal 10; habla de su familia, su perfil como empresaria y de cómo en Instagram se muestra tal cual es.
Pia Supervielle
Foto Leo Barizzoni
Primero fue Claudia de pelo largo, planchado, caoba, raya al medio. La mirada chispeante, por momentos un tanto inocente. El cuerpo pequeño, los brazos flacos, 56 kilos, las poses de modelo de los 90. Después fue Claudia con algunas mechas rubias, ondas en las puntas. La mirada, tal vez, más desafiante. Allí estaba la mujer que era capaz de comerse el mundo mientras aparecía con una cámara que le mostraba su cola invencible al prime time de Canal 10 en Dale con Todo. Un tiempo más tarde llegó Buenos Aires y con ella el platinado. Aparecieron Reina Reech, Gerardo Sofovich, Marcelo Tinelli y sus Bailando y Patinando por un Sueño. Claudia de cerquillo, rulos de buclera, la mirada aún más desafiante, sin envidiarle nada a cualquiera de sus pares argentinas, haciendo su show mientras de fondo se escuchaban frases como “El monumento a Artigas”, “no la devolvemos más”. Y llegó el Maipo y la celebración de los 100 años del teatro con Antonio Gasalla al frente. Hubo tacos, conchero, purpurina, brillos, plumas. El sueño de Claudia vuelto realidad. Años admirando —como lo hacía su abuela Pola— a Nélida Lobato estampada en la pared de la casa donde se crio, los deseos de una niña de Punta de Rieles queriendo ser esa mujer cuando fuera grande mientras los demás a su alrededor decían lo mismo de siempre: médico, maestra, bombero. Ella no. Ella iba a terminar almorzando con Mirtha, en el living de Susana. Y así sucedió. Lo vimos todos por televisión.
Ahora Claudia —41 años, casada con Leonel Delménico, madre de Mía y de Renzo, conductora de Bendita TV, 135.000 seguidores en Instagram, lo más cercano a una diva nacional— abre la puerta de su apartamento en Malvín. Tiene el pelo atado en un moño, ya no es tan rubio ni tan largo. No hay maquillaje ni tacos. Lleva puesta una remera rosada con una estampa que dice: Amor eterno. Jeans rasgados. Uno de los últimos modelos Superstar de Adidas. Claudia Fernández sin pantalla de por medio, en su versión de entrecasa, preparando el café, silenciando el celular, pidiéndole a Mía que no pelee a su hermano. Ahí está la versión sin artificios de la mujer que vemos —y creemos conocer— a través de la televisión, arriba de un escenario, del otro lado de un celular.
Es lunes y en la casa de la familia Delménico Fernández hay dos niños de siete y tres años con gripe desde hace una semana. El aire es armónico. En el living los tonos son claros, mucha madera, mucho crudo. Sobre la mesa ratona, una lupa gigante, un manojo de llaves viejas, un pincel, el libro Soy, de Susette Kok, en el que Claudia fue retratada; poco más. No hay fotos (el álbum de casamiento jamás fue impreso, las imágenes de su vida están en la casa de sus abuelos, las de su vida familiar en Instagram) ni juguetes (“ellos tienen sus espacios para jugar, si no, te van copando la casa y después llego y estoy pateando autitos”, dice). Es lunes y en el espacio familiar no hay nadie más que Claudia y sus hijos.
—Hay gente que fantasea que vivo con asistentes. No tengo una mujer escondida en la cocina. Hay gente que me pregunta si el guiso lo hice yo. Viene una señora tres veces por semana. Los dos tenemos un TOC con el orden y la limpieza. No puedo levantarme y no tender la cama. Mía, los sábados y los domingos se hace la cama ella. Es un bien para ella. A mí me criaron así. Mi abuela siempre decía: “Dios quiera que tengas la suerte de que te hagan todo, pero cómo vas a saber si te lo hacen bien o mal si vos antes no sabés cómo hacerlo”. Hay cosas que las quiero hacer yo. No me gusta que me cocinen, para mí no es tedioso —dice.
La receta de tallarines de su abuela impresa en vinílico en la pared blanca de su cocina lo confirma. También el paso a paso que subió a Instagram del pan de banana y avena en un molde con la cara de Mickey que hizo el último jueves. Claudia es esa mezcla difícil de encasillar. Es la madre que lleva a sus hijos a los Dumbos voladores del Parque Rodó en vacaciones de setiembre, la mujer que se enfunda en un impactante vestido negro para salir al aire en Canal 10, la amiga que acompaña a Dady Brieva a cantar tango en Fun Fun una noche, la deportista incansable que se certificó como instructora del método Strong by Zumba para dar una serie de masterclass el próximo mes, la artista que necesita el riesgo en el trabajo, el ser que busca un refugio en su casa como si fuera la guarida, la esposa que dice siempre tener un factor sorpresa para su marido.
¿Cómo se va modificando su estilo según el rol de mujer que ocupa?
Cambio como lo hacemos todas las mujeres. Las mujeres somos todo al mismo tiempo. Yo, por ejemplo, no me maquillo para la vida, nunca me vas a ver en el cine maquillada, a lo sumo me pinto la boca de color, que es lo que me gusta, detesto ponerme base, corrector. Cuando toda la vida te están produciendo lo que busco es la comodidad. Pero nunca me vas a ver con una joggineta y una remera así nomás, porque me deprimo. No me
gusta verme así como tampoco me gusta verlo a mi marido así. Si llego un día y lo veo de jogging, tirado en un sillón y mirando fútbol, agarro la valija y me voy. No me casé para eso. Me imagino que a él le debe pasar lo mismo. Soy muy cuidadosa con la piel; me gusta enseguida de ducharme ponerme una linda crema. Uso perfume para dormir. Es una costumbre que tengo. Y lo hago siempre en la nuca porque sé que él está atrás. Es un perfume que no es el mismo que uso para la calle. También con los embarazos, cuando me daban el alta llegaba, y lo primero que hacía era vestirme. Yo decía: “Claudia, vestite, aunque te duela”. Porque sé que es un día de chancletear y no me saco la chancleta nunca más. Le tengo pavor a eso y a la rutina.
¿Por qué le da miedo el chancleteo?
Porque no quiero ser una infeliz. Lo tengo clarísimo. Miro alrededor y veo mucha gente infeliz e insatisfecha. Si vos sos feliz no tenés por qué agredir al otro. Porque no te sale. A mí me ha pasado de estar en reuniones sociales y ver a gente en ese estado y pensar: “Me muero si llego a esto”. No quiero eso para mi vida y eso que cocino todos los días, hago lo que hace cualquier mujer o cualquier ama de casa. Pero no me ato a la rutina.
¿Cómo convive con ese odio que percibe en las redes sociales?
Aprendí con el tiempo que no puedo hacerme cargo de lo que provoco en el otro. Cuando vos criticás mucho una característica de alguien capaz que es porque es lo que a vos te molesta de vos mismo. Hay mucha gente de la que me alejé porque me aburrí de que todas las cenas se redujeran a hablar mal de alguien. Todos los días me esfuerzo por no hablar mal de alguien que no conozco.
¿Nunca le afecta lo que dicen o escriben?
A mí no me puede influir nada lo que me diga un perfecto desconocido. Sí me influye o me hiere lo que me dicen Leo, mi hermana, mi hermano, mi abuelo.
Claudia no tiene Facebook. Su primera red social fue Twitter. Le hicieron una cuenta mientras trabajaba en una obra en Carlos Paz. La usa poco. Entra, lee las noticias y se va. Su red de cabecera es Instagram. Con 76% de seguidores mujeres y 24% de hombres, promedio de edad de entre 24 y 35 años, un fuerte alcance en Montevideo y después en Buenos Aires, sus historias son vistas a diario por más de 30.000 personas. Sus videos de entrenamiento funcional, por ejemplo, son tan exitosos que han logrado que decenas de personas optaran por seguir sus pasos y llenan las clases de Funcional Mvd.
Hace un año y medio que descubrió este entrenamiento. Lo practica tres veces por semana y lo complementa haciendo aparatos en piernas
y cola los martes y jueves. Claudia dice siempre que el funcional le cambió la vida después del nacimiento de Renzo. De Mía se recuperó muy rápido, pero con su segundo hijo no fue tan sencillo. No se reconocía el cuerpo y lloraba en el baño mirándose en el espejo, creyendo que nunca iba a volver a estar igual. El trabajo le llevó más de un año. Su cuerpo no está igual que antes de Renzo. Está mejor. Lo dice ella. Las fotos y videos de Instagram lo confirman.
—En Instagram soy yo totalmente. A veces hay gente que me dice: “No pusiste nada sobre el atentado”. Y cuando no lo siento no lo hago, no hago las cosas para que los otros miren y digan: “Ah, qué bien, Claudia”. Hago lo que a mí me nace y lo que no me nace no lo hago. No me guío por el afuera más allá de lo que la gente espera.
Elige qué mostrar. Dice que es tan solo el 10% de lo que hace a diario y que sus hijos aparecen porque quieren (“Mía ahora está más grande, entonces no le va tanto, por eso sale menos”, cuenta). Da recomendaciones, comparte recetas, responde mensajes sobre dónde comprar tal o cual cosa, se muestra en las clases de pintura de Gastón Izaguirre y se encarga ella misma de subir contenidos pagos que hace, entre otros, para Conaprole.
¿Se reconoce como empresaria?
Soy superempresaria. No es lo que más me atrae, porque primero soy artista. Si a mí me ofrecen un proyecto artístico que me gusta no pregunto cuánto voy a cobrar. Si me apasiona, después le digo a Leo que vaya a hablar de números. Es el que me cierra los contratos porque a mí no me gusta hablar de plata. A mí me pasó de rechazar ofertas económicamente muy buenas porque no me gustaba lo que tenía que hacer artísticamente y no lo hice. Hay que seguir los instintos.
¿En Argentina no tenía representante?
No, no, no, para nada. Hay representantes que tienen cinco chicas que están en el momento y cinco que no. ¿Cómo actúa él? Le vienen a pedir una de sus artistas fuertes y entonces responde: “Bueno, pero meteme a estas otras dos en un papelito más chiquito y te cobro un poco menos por la primera”. Y a mí eso no me va. Yo en Argentina fui, peleé por lo mío, siempre me manejé sola. Hasta que conocí a Leo. Desde que estoy con él pasé a ganar el triple o más.
¿Qué tan salvaje es el mundo del espectáculo bonaerense?
Creo que en comparación, acá es peor. Porque somos tan pocos que a veces me asusta cómo suceden ciertas cosas. Allá tiene sentido que sea así porque hay 15.000 esperando un puesto. Es una selva. En Nueva York es igual, no podés enfermarte un día porque hay alguien que está esperando que te pase para pisarte la cabeza y quedarse con ese puesto.
¿Y acá hay gente que está esperando que falle para quedarse con su trabajo?
A mí me pasó con un compañero, por decirlo de alguna manera, del canal. Cuando me llaman de Escape Perfecto Famosos para conducir, esta persona le dijo al productor: “Ey, ¿por qué está ella y no estoy yo si siempre lo condujo un hombre?”. Serruchada de patas mal. Claro que es voraz, lo que pasa que acá no se dice, no te enterás. Porque no voy al programa de (Luis Alberto) Carballo a contarlo.
¿Los programas de chimentos argentinos colaboran, entonces?
Son una picadora de carne. A mí me preguntan sobre el Bailando. Yo ahora no sé mucho cómo está el programa, lo que sí sé es el funcionamiento.
¿Cómo era formar parte de ese engranaje?
Hice mi juego cuando lo tenía que hacer. Entré y salí varias veces. Y cuando tuve lo que más quise, me abrí. Lo hice mientras estaba soltera y la verdad es que no me importaba nada y no tenía nada que perder. ¿Por qué entré al Bailando? Porque Nazarena Vélez, haciendo la gira de El champagne las pone mimosas —donde yo también estaba— se quiebra el dedo un sábado y tenía que bailar en vivo el duelo el lunes. Gerardo (Sofovich) en esa época era el presidente del jurado y dijo: “La reemplaza Claudia Fernández porque tengo que seguir hablando de mi obra”. Es un negocio. Así entré, si no, no hubiera entrado. Y lo hice porque necesitaba la plata y ganar popularidad en Argentina, donde no me conocía nadie. Hoy no lo hago más y eso que me han llamado para que vaya al Bailando a bailar con Leo. No tengo necesidad. No quiero que venga una demente a decir cualquier cosa de mi familia, porque mi instinto es comérmelas crudas. Ni que hablar que Leo me manda a la mierda.
¿Lo que más quería en su vida era conocer a alguien, casarse y tener una familia?
Así como jugaba a ser vedette, tenía no sé cuántas bebés y les hacía la comidita. El concepto de querer formar una familia lo tuve desde siempre. Hoy estoy plena. Siento que estuve anestesiada por muchos años. Sí, viví a full, me reí, disfruté, me divertí, la pasé bomba, pero bajo un efecto de anestesia. Digamos que ahora desperté. Estoy rodeada de amor y es lo que más cuido en el mundo. El tatuaje que tengo en la espalda dice: “La vida a veces te anestesia para que al despertar te sorprendas al descubrirte”. Hice todo un proceso de descubrimiento y hoy, a los 41 años, lo sé. Yo me nutro, me alimento de lo espiritual, de lo que verdaderamente queda.
Claudia habla mucho del universo, la energía, la fe. Es católica, no de ir a misa todos los domingos, pero sí muy devota de la Virgen María y de San Expedito y San Pancracio. En la mesa de luz de su cuarto tiene una Virgen y en la cocina una figura de San Expedito rodeado de varios rosarios, uno de su abuela, el de su marido, cuando tomó la Comunión y otro que le regaló su dentista.
Antes de quedarse embarazada de su primera hija, Claudia supo que iba a ser nena. Antes de que la ecografía le dijera que Renzo iba a ser Renzo, ella ya sabía que estaba esperando un varón. Antes de volverse a vivir definitivamente a Montevideo, después de nueve años de trabajar en Buenos Aires y de cruzar el río todas las semanas para conducir Bendita TV, Claudia imaginó un hogar que mirara hacia el infinito del mar.
—Nada de lo que pasa en mi vida es una casualidad. No tenemos noción del poder que tiene la mente, para bien y para mal. Uno decreta, a veces, sin darse cuenta.
¿Dónde están o estuvieron sus momentos de debilidad?
Mis llantos han tenido que ver con trabajo y con mi familia también. Vengo muy apaleada, pero siempre trato de sacarle lo positivo. Tengo mis momentos vulnerables, lo que no dejo es que me ganen. Si yo me quedo con la parte triste de mi vida estaría tirada en la cama, diciendo que la vida es una mierda, pensando que no todo el mundo tiene las mismas oportunidades. Y así no le gano a nadie.
Hay algo fuerte en ella. Una fortaleza que va más allá de su capacidad física. Tiene que ver con su constancia; con esa frase que le dice todas las veces que sea necesario a su hija Mía: “No bajes los brazos”; con esa certeza irrefutable de que puede llegar lejos, que siempre se puede ir a más; con su comentario contundente: “Si hablara perfecto inglés, hoy estaría en Hollywood. No lo dudes”.
Fotos: Leo Barizzoni.
Producción: SofÍa Miranda.
Peinado: Laura Ruiz Díaz - Tel. 098 413 931.
Maquillaje: Leonel Aita Musi - Tel. 099 156284.
Agradecemos a Sofitel Montevideo y a Magma por su colaboración en esta producción.
Fuente: Busqueda.com.uy - 21.09.2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario